Leyenda de la Normandía

Hace mucho tiempo el Arcángel Micael y el diablo eran casi vecinos y cuando en una noche de invierno estaban sentados juntos, se enojaron: Satanás se jactó de que su poder era ilimitado, en tanto que el Arcángel Micael replicó que solamente Dios era el Todopoderoso.

«Bueno, entonces que Dios te ayude a construir un castillo», dijo el diablo, «también yo voy a hacer uno; luego veremos cuál de los dos será el más bello». El Arcángel estuvo de acuerdo. Pronto el diablo mandó todo un grupo de diablillos para traer grandes bloques de granito de todos los lados. hecho lo cual empezaron a trabajar, y ya pronto se levanto un tremendo castillo en una isla, expuesta a los embates de las olas del mar y azotada por las tormentas. Los diablillos arrastraron inmensas cantidades de bloques, de modo que pronto se irguió sobre el mar un macizo montañoso de granito. El diablo se sintió muy orgulloso de su obra, en cambio el Arcángel Micael no se empeñó tanto; de hielo cristalino erigió en la playa unos muros transparentes con atrevidas torres, adornadas de graciosas columnas. Ese castillo, radiante de luz, emitió su brillo diamantino a gran distancia y su resplandor dejó en la sombra las adustas masas de granito. El orgulloso diablo tuvo que admitir que se dio por vencido, y se retiró cabizbajo, pero la envidia no lo dejo dormir. Cuando ya no podía soportar su derrota, preguntó al Arcángel Micael si podrían cambiar castillos y, otra vez, éste estuvo de acuerdo.

Mas al llegar el verano, el palacio del diablo se derritió bajo los calientes rayos del sol, en tanto que el castillo del Arcángel Micael todavía existe hasta nuestros días, y se llama Mont Saint Michel.

Al diablo no le quedaba otra que vivir en una sencilla choza a la orilla del mar, pero poseía fértiles campos, pastos bien regados, unas lomas plantadas de árboles altos y verdes valles. En cambio el Arcángel Micael poseía tan sólo unas dunas de arena y si no hubiera sido por sus diarias oraciones, se hubiera muerto de hambre.

Después de algunos años de mucha carencia el Arcángel Micael se cansó de esa situación, buscó al diablo y le dijo: «Quiero hacerte un ofrecimiento; déjame todos tus campos, los trabajaré lo mejor que pueda y después nos repartiremos la cosecha».

Le pareció bien al diablo, y el Arcángel Micael siguió: «No quiero que te quejes después de mí; escoge tú mismo lo que prefieras. ¿Lo que crece encima o lo que crece debajo de la tierra?» El diablo sin pensarlo mucho exclamó: ¡Lo que crece encima! «De acuerdo, dijo el Arcángel Micael».

Seis meses después en el amplísimo territorio del diablo, no se veía sino cultivos de remolachas, zanahorias y cebollas. Satanás no cosechó nada; se quejo amargamente y quiso revocar el contrato. Por su parte el Arcángel Micael se había encariñado con la agricultura y no aceptó la cancelación. Y dijo Satanás: «De acuerdo, a condición de que en este año yo pueda llevarme todo lo que madure bajo la tierra». El Arcángel Micael asintió, y el diablo lleno de alegría ya no podía esperar las abundantes cosechas.

LLegó la primavera, y he aquí que todos los campos estaban sembrados de trigo, avena, cebada y colza. El diablo, al darse cuenta de que otra vez perdió, de puro enojo se puso rojo como un cangrejo. En el momento en que iba a pegar al Arcángel Micael, este le dió tan tremendo golpe en el lomo que, como bala, fue lanzado a los espacios lejos de la Tierra. En las rocas de Mortain, donde volvió a la Tierra, se ven todavía, hasta nuestros días, las huellas de sus garfios y cuernos.

Para siempre apachurrado, magullado y cojeando, se levantó y miró el fatídico monte; allí hubo Uno más fuerte que él. A El luego le dejó sus campos, pastos y bosques y busco su reino en otra parte:

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