Mucho se ha escrito y especulado últimamente sobre los cuentos de hadas; se escriben artículos, filman películas, etc. etc. Y la pregunta que está siempre detrás es: ¿es correcto contar cuentos a los niños? En tiempos pasados esta pregunta no tenía sentido. El contar cuentos a los niños era incuestionable.
Actualmente, nuestro pensamiento no cala el contenido real detrás de las imágenes de los cuentos; capta en lo que lee sólo falsedades o imágenes tenebrosas para los niños.
La pregunta es: ¿cuál es la realidad que late detrás de los cuentos de hadas?
En primer lugar hay que poder asumir que todo cuento de hadas debe contarse tal como fue escrito originalmente, sin sacarle ni una sola palabra, puesto que cada palabra está al servicio de la formación de una imagen. Un ejemplo claro de esto lo presentan los cuentos de los Hermanos Grimm, como veremos más adelante.
Si por otro lado vamos a la esencia de lo que son los niños, veremos que ellos entienden el lenguaje de los cuentos ya que ellos mismos viven en un mundo de imágenes. Niños de tres a nueve años a los cuales les contamos cuentos, distan mucho de tener desarrollada la capacidad pensante del adulto. Donde el adulto ve “una escoba”, un niño verá “un caballito” al que monta y arranca galopando. Otro ejemplo simple muestra esta realidad en forma clara: si un niño pequeño pregunta “¿cuándo va a ser mi cumpleaños?”, y el papá o la mamá le dicen: “el seis de junio”, el niño volverá una y otra vez a preguntar “¿y cuándo va a ser mi cumpleaños?”. ¿Por qué pregunta una y mil veces? porque los números y meses son aún una abstracción para él. Pero aquel padre que tiene una comprensión del alma del niño le dirá: “tu cumpleaños será cuando haga frío, cuando las estufas estén encendidas, cuando en el jardín el aromo comience a florecer”. Nunca más el niño volverá a preguntar sobre cuándo va a ser su cumpleaños ya que ahora tiene una imagen, y eso satisface de inmediato su inquietud. Y así son los cuentos, muestran en imágenes el desarrollo de la vida de un hombre y mucho más.
¿No es acaso que todos hemos experimentado en nuestra vida momentos de luz y momentos de oscuridad como en los cuentos? La vida está llena de estos contrastes, y es sólo en la medida que vamos sorteando los obstáculos con nobleza, vamos alcanzando la claridad.
Cuando en un cuento el “joven criado” anhela casarse con la hermosa princesa, ¿no es acaso que deberá pasar al menos por tres grandes pruebas para ir purificando su alma antes de alcanzar la corona principesca, es decir, unir su espíritu al alma de la princesa a través de haber ganado en virtudes de coraje y nobleza? Y esa corona de oro que él alcanza, no son riquezas materiales; son la purificación de nuestra propia alma para encontrarnos con nuestro yo verdadero y así poder hacer lo que nos corresponde en nuestra vida.
En otro cuento se muestra, por ejemplo, cómo la princesa está atrapada en la cueva del dragón, o encantada por una bruja ¿No es acaso que nuestra alma muchas veces se ve atada a las pasiones del cuerpo? ¿Cómo poder zafarnos de ello? Sólo podemos lograrlo si el príncipe, que representa nuestro propio yo superior, se yergue con coraje sobre estos seres maléficos que son nuestras pasiones, de lo contrario seguiremos siendo consumidos por ellos.
Los niños entienden muy bien este lenguaje. Lo que hay que cuidar es cómo contar los cuentos. A un niño hasta los siete años debemos contárselo con voz tranquila y pareja, sin hacer expresiones de alarde cuando se menciona el mal o el bien, ya que el niño vive aún en un todo cósmico. Basta ver los títeres que se presentan públicamente hoy en día, en que los niños generalmente gritan de terror. Y cómo no, si el que lo narra pone así el énfasis. Recién después de los siete años el alma del niño puede y debe escuchar un cuento en que las voces hacen énfasis en el contraste entre el bien y el mal.
Luego, lo otro que es importante cuidar, es que ojalá el niño no haya visto con anterioridad imágenes del cuento que le estamos contando, ni en libros, ni en películas, pues le sería imposible de ahí en más separar la imagen que se le ha ofrecido desde afuera, y formarse una imagen propia de lo que ahora escucha. Y con ello la vida imaginativa del niño irá de día en día quedando más atrofiada, igual como le ocurre a cualquier órgano cuando lo dejamos de usar.
El adulto, por haber desarrollado su capacidad pensante, lee un cuento y ¡ya!, que venga otro, y luego otro. Pero el niño, en mi experiencia como profesora de niños entre tres y siete años de edad, cuando escucha un cuento quiere luego volver a escucharlo muchas, muchas veces, y cada vez que lo vuelve a escuchar se va haciendo diferentes imágenes. Pudiéramos decir que el niño se va introduciendo a través del cuento hacia un fondo sin fin, pues al cumplir los cuatro años vuelve a pedir el mismo cuento, y a los cinco y a los seis, y cada vez que vuelve a escucharlo va ensanchando sus imágenes. ¡Miren qué descriterio! cuando el niño ha visto la película del cuento que le contamos, nunca más creará él una imagen, y ¿será aquélla que vio la más adecuada? Y aquel niño pequeño que al volver a escuchar un cuento dice: ¡¡”Pero si ya lo escuché”!! Pobrecito, a ese niño lo hemos hecho madurar antes de tiempo y, a pesar de que tiene cuatro años, ya es como un adulto pequeño. ¡Qué ironía, cuando el hecho es que los niños son tan diferentes a nosotros, los adultos!
La riqueza del reino, detallada en castillos de oro y plata y cortinajes de terciopelo y copas de cristal, o la belleza de la princesa, nunca hablan de realidades exteriores, jamás. Siempre denotan cualidades interiores alcanzadas por esos seres.
En “La Bella Durmiente del Bosque”, intervienen en su nacimiento las doce hadas (las fuerzas de las doce constelaciones) pero también el hada mala, que es la que más adelante la sume en un largo sueño. Y ahora dependerá del desarrollo en la vida de esa princesa si logra despertar del sueño de cien años en el que se sumió al cumplir los quince, es decir, al entrar a la adolescencia. La pregunta será ¿podrá la princesa salir de sí misma, de su encierro, de la soledad y egoísmo en que caen todos los adolescentes, pero donde a la vez se hacen personas, y lograr abrirse al mundo y encontrarse a sí mismas en el mundo? ¿No es acaso este cuento un fiel reflejo de la época en que vivimos, en que cada uno de nosotros está encerrado en sí mismo (la torre donde se duerme la Bella Durmiente) y no logra entenderse con el otro? Y que cuando el príncipe en el cuento logra despertar a la Bella Durmiente, de inmediato se le abre un mundo vívido que antes, en su sueño profundo, no veía.
Miremos lo que nos dicen los cuentos, abrámonos a las imágenes desde las profundida-des que contienen y no las tachemos de inmediato comparándolas con situaciones coti-dianas de la vida. Los niños se llevan en su interior la riqueza de los cuentos de hadas y sólo tendrán susto de ellos si los adultos que se los contamos no los entendemos y los llenamos de prejuicios desde nuestros pensamientos. El cuento jamás debe de ser explicado *ya que las imágenes le hablan por sí mismas al niño y le ayudarán en la vida a tener fortaleza y moralidad y a no sucumbir ante el primer obstáculo que se le presente. ¿No es acaso que hoy en día están en boga las depresiones? Todo en la vida de hoy nos es difícil, pero si no sorteamos el primer obstáculo luego nos llegará uno mucho más pesado, y nos vamos sumiendo y quedando sin alegría para vivir.
Gracias a la sabiduría entregada por Rudolf Steiner
se me han ido abriendo las puertas para la
comprensión de un cuento de hadas.
¡Cómo se deleita el niño al escuchar un cuento
cuando el adulto lleva en su interior su comprensión!
Mónica Waldmann W.
Profesora de Kindergarten desde hace más de 30 años
Colegio Waldorf Giordano Bruno
Santiago Chile
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*Si le explicamos el cuento al niño, le quitamos la magia y lo llevamos a “entenderlo” y no a vivirlo; le secamos el cuento, y por supuesto luego no va a querer escucharlo de nuevo.