Aunque la ola de anti-autoridad que, procedente de América, ha inundado Europa desde hace años, ya ha pasado, hay todavía padres que eligen este tipo de educación. Parten de la base que el niño es un ser de la Naturaleza y que es él mismo quien mejor sabe lo que le conviene. Estos padres creen que lo mejor es interferir lo menos posible y que así irá todo mejor.
Los padres que siguen este método dejan al niño un espacio libre totalmente sin límites, no intervienen en el mal comportamiento, evitan toda presión y se revisten de una paciencia de santos frente a su niño. A menudo se les oye decir: “Tengo que terminar los quehaceres de la casa lo más de prisa posible para poder dedicar tiempo al niño”; cuando lo correcto sería que el niño pudiera imitar, jugando, a la madre en sus labores. En esta educación anti-autoritaria al niño se le pregunta constantemente “¿qué quieres esto o eso? Tales preguntas sacan al niño de su ser infantil y le obligan a adoptar una conducta de adulto, es decir, ¡le hacen viejo!
¿Qué consiguen los padres con esta actitud? El niño se convierte en el tirano de los padres y de su entorno. Pronto descubre cómo patalear y gritar para conseguir cualquier cosa. Con la eliminación de la imagen guiadora, consistente y equilibradora de sus padres sus exigencias crecen sin medida. Se enfadará inmediatamente si no consigue lo que le apetece, especialmente en situaciones en las que su actitud descarada haga sufrir a sus padres, por ejemplo en una tienda llena de gente. En resumen: esta educación sin dirección ni consistencia, que renuncia a ofrecer ejemplo al niño y darle un marco de referencia sobre el que poder elevarse, conduce a un predominio de los impulsos y apetitos inferiores, y con ello se entorpece el desarrollo del hombre superior. Ningún niño está en situación de saber lo que le conviene o lo que le hace daño. Si no lo aprende a través del ejemplo de sus educadores se convierte en esclavo de sus apetitos, inclinaciones e impulsos. El niño necesita experimentar y vivenciar la resistencia de la voluntad del Adulto, fuerte y penetrada por el Yo. Sólo frente a ella puede despertar su propia voluntad de la manera adecuada y ser activada por su Yo en desarrollo. Si no, sufre una debilitación de la voluntad y un embrutecimiento.
Muy a menudo tras el mal comportamiento de un niño se esconde su necesidad inconsciente de provocar que sus padres o educadores le ofrezcan la actitud y resistencia que necesita perentoriamente para el desarrollo de las fuerzas de su ser. Sin embargo, si estas no son estimuladas y desarrolladas en el momento correcto, tampoco existirá la base necesaria para una conducta moral. Este tipo de personas están constituidas de tal manera que de adultos no son capaces de renunciar a nada. Se enfadan e incluso se ponen agresivas si no obtienen lo que quieren, y tampoco tienen nada con que oponerse a las tentaciones de la vida. No han podido desarrollar y fortalecer su voluntad frente a las fuerzas de los apetitos naturales, como tendrían que haberlo hecho.
Artículo extraído del Boletín de Higiene Social “La Educación de la Voluntad”.
Walter Bühler y Kart Brotbeck